Dir.: Errol Morris
USA

Aunque no lo trate mucho, el documental es uno de mis géneros preferidos, y de los que más horas se me llevan. Casi siempre es muy entretenido ponerse a adivinar qué parte es auténtica y cuál es motivada por el cineasta para que la verdad sea como él quiera; lo mejor y lo peor de la humanidad que se puede ver directamente; y además es uno de los géneros más interesantes de analizar, porque se puede hacer cinematográfica y extracinematográficamente. Errol Morris es un Dios del documental, y éste es el primero que hizo.

"Gates of heaven" cuenta la historia de un cementerio de animales. Seguimos su destino contado por sus protagonistas, una narración sin interrupciones ni explicaciones de voz en off, sin música, ni siquiera cartelitos que indiquen quién es el que habla, y que demuestra lo diferente que puede ser vivida y entendida una misma situación según el punto de vista y la actitud que se tome hacia ella. El origen está en un granjero parapléjico que, motivado por la muerte de su compañero perruno, decide montar un cementerio para mascotas, en principio de buena fe. Recibe el apoyo, también económico, de miembros importantes de la comunidad; ver hablar a un sacerdote de la vida en el más allá de los animales no tiene precio. Como tampoco lo tiene el trabajo de un hombre que posee una empresa de reciclaje de animales muertos; con las escuetas descripciones uno se puede imaginar lo horrendo que puede ser un gigantesco caldero lleno de cadáveres de perros o gatos, previamente descuartizados, siendo hervidos para sacarles la grasa. El director está presente, sólo con la cámara; es una opción muy inteligente en el documental el mantenerse al margen de la narración, aunque lo haga sólo verbalmente. Porque a cada una de las personas que hablan las describe con ayuda del entorno en el que se mueven, o incluso del encuadre. La estética no sólo no es feísta, como a veces pasa en el documental de autor, sino que potencia los colores de la ropa, de las habitaciones y de los objetos, llenándolo todo casi de vitalidad. De pronto, los inversores no apoyan el proyecto del granjero, empezamos a ver la posible ambigüedad de los que lo proyectaron, y más de 400 animales son exhumados y transportados al Pet Memorial Park del Manantial Burbujeante.

Y empieza la segunda parte de la película. Se centra sobre todo en lo que tienen que decir los miembros de la familia que regentan ese cementerio de animales. El hermano mayor es un soberbio insoportable que habla como un libro de autoayuda, aparentemente un triunfador, pero detrás se descubre una inmensa frustración por ser un segundón en un trabajo que entiende él de mierda. El hermano pequeño es un hippy con plantas marihuana en su cabaña cerca del cementerio, y que se pasa la vida tocando la guitarra. Esto da el momento más impresionante de la peli, cuando el entrañable porreta se coge el ampli y se pone a tocar a todo volumen hacia el valle seco, con el cementerio verde de fondo, y una bandera americana ondeando sobre él. De esos momentos tan de documental en los que uno no sabe si es patético y debe soltar una risa cínica que le deja muerto por dentro, o si es algo puro y debe tomarlo con solemnidad. Morris deja hablar a los entrevistados, y cada uno cuenta lo que le da la gana, dejando escapar sus preocupaciones reales y desvelando su personalidad, partiendo de un mismo tema. Es muy triste, por ejemplo, el largo monólogo de una abuelita, que en lugar de hablar de su mascota se pone a recordar lo mal que la ha tratado su nieto al que crió. O la mujer mayor que canta con su perrita, y que empieza a poner a caldo a una ricachona, de la cual se podía haber pensado antes que era una mujer que amaba a sus perros sobre todas las cosas, y en realidad está la necesidad de llamar la atención tan presente que hasta se llega a poner en duda que quisiera de verdad a sus animales. Algunos incluso se descuelgan con profundas filosofías de velatorio, sobre el más allá zoológico, diferentes a las acostumbradas para los humanos: esos "no somos nada". Y en todo caso, lo más fascinante es descubrir cómo llena de dignidad a personas probablemente discutibles en sus relaciones con los humanos y su forma de ser, el hablar con tantísimo amor de sus animales muertos, como hijos para muchos.

PD: Errol Morris hizo este documental por una apuesta con Werner Herzog. El pillo de Herzog le dijo que si hacía una película sobre cementerios de animales se comería su propio zapato. Y cumplió, y se rodó durante el estreno de "Gates of heaven": "Werner Herzog eats his shoe", de título autoexplicativo. Un corto bastante feo, divertido en los momentos en que se cocina un asqueroso zapato usado, y aburrido en los que intenta ir más allá de la anécdota que lo justifica. De interés para los fans del alemán megalómano.