Dir.: Tobe Hooper
USA

Tobe Hooper es un grande. No sólo por "La matanza de Texas", como se reconoce en el nivel uno. Pero no sólo también, como se dice en el nivel dos, por "Lifeforce" y "Poltergeist". Durante quince años, esto es hasta finales de los 80, su filmografía es impecable. La segunda parte de "La matanza" es la demencia suprema y una de las grandes películas, se mire por donde se mire, de su década; el hecho de que sujetos de la calaña de Rob Zombie estén obsesionados con ella dice mucho a su favor. "Salem's Lot", pese a ser un telefilm (o precisamente por serlo), es una obra generacional que nos educó a los niños de los 80 en el terror común al vampiro que viene por la ventana. "Invasores de Marte", "Trampa mortal", "Combustión espontánea"... todas merecen la pena, por diferentes razones. Siempre he pensado que Hooper no es un director de éxito al máximo nivel porque la cagó eligiendo proyectos y, quizá, infravaloró sus propias capacidades; también es posible que sea un cretino integral problemático, como indica que más de una vez fue sustituido (echado al puto cemento) en pleno rodaje. Pero tiene tantas cualidades innatas como otros que sí lo han conseguido, léase Raimi, Jackson o, en menor medida (de éxito, no de cualidades) Carpenter. Tobe Hooper merece un estudio serio de su obra, una elevación en su categoría y, en fin, un respeto más allá del de ser el tipo que hizo la mejor película de terror de la historia del cine. Que no fue solamente de chiripa. Dicen que en los 90 se hundió en el fango, y todo así parece indicarlo; no puedo opinar de primera mano porque no he visto nada de él en esa época, más allá de la también estupenda "Body bags". Su trabajo en "Masters of horror" lo hemos visto casi todos, y evidencia que sigue siendo un hombre de talento, lo sepa él o no.

"The funhouse" es otra de sus maravillas. Como toda su obra, se defiende y hasta se revela con más de un visionado, con mérito especial en este caso por su cercanía al infernal subgénero del slasher. ¿Quién podía imaginar, sobre el papel, que una historia en principio tan poco original y tan vista ya, como la de un monstruo deforme asesino que actúa en una feria ambulante de baja estofa, podría ser no ya interesante, sino hasta apasionante? El prólogo es, como aclaran todos los cronistas, un divertido homenaje a "Psicosis" y "Halloween"; yo añado que, de alguna manera, Hooper lo pone como afirmándose y diciendo: "es mi turno para hacer la siguiente en la línea sucesoria". El guión es previsible, pero tiene pequeños toques que le dan entereza. Principalmente que la protagonista no sea un cerebro de mosquito, sino una muchacha que podría ser nuestra vecina y que piensa que, tal vez, su padre tenía razón cuando le dijo que llevara cuidado; así, es fácil sentirse identificado con ella y pasarlo mal cuando lo pasa. Hasta poco más de 20 minutos del final no liquidan al primero de los jovencitos, ¿cómo es que no muere uno de aburrimiento hasta entonces? Gracias a la ambientación: Hooper nos da un paseo por completo por el piojoso carnaval, lleno de detalle morboso, con escenas inolvidables como el demasiado pequeño papel de William Finley como un mago cabrito, o la carpa de los animales deformes, donde una vaca sin mentón se da esquivos lametones a sí misma, y otra vaca de dos cabezas muestra un parecido de inquietantes implicaciones (apreciable cuando ya se ha visto más de una vez) con el pobre diablo psicopático.

En toda esta parte late, sin llegar a especificarse (más allá de la visita a la adivina, que es fácil pasar por alto ante el cachondeo que genera en los personajes y su falta de repercusión en la historia), un tono casi sobrenatural, motivado por la presencia de algunas almas perdidas que vagan por el lugar, y ponen en pausa la película cuando miran a la protagonista. ¿Es acaso una Carrie en potencia? Si bien la amenaza intangible también es tangible y de este mundo, como el voceras con el don de la ubicuidad y penetrante voz que invita a entrar hasta en tres atracciones diferentes en lugares diferentes. Llegado el momento, la muchachería entra en la dichosa casa de los horrores con disposición para pasar allí la noche. La atmósfera está logradísima y hasta da miedín si se ve a oscuras, en gran parte por los sonidos ambientales reconocibles por cualquiera que haya estado en una alguna vez, como el traqueteo de los vagones o los gritos que vienen de no se sabe bien donde. La dirección artística y el maquillaje es brillante, por mucho que el sitio se preste. Sin grandes virguerías con la cámara, el interior y lo que allí sucede puede llegar a recordar a "Suspiria" y sus colores; el plano final es, de hecho, muy muy parecido. Una vez queda cerrado al público y se descubren atrapados, la tensión, también sexual, se puede cortar con un cuchillo, con perdón. Allí presencian un estrangulamiento y la cosa ya se vuelve irrespirable. El bicho es un ser miserable que, de no ser por lo peligroso que es y la baba bukkake que le chorrea, daría hasta pena; ya nos había ganado el corazón con su máscara cabezona de Frankenstein. Después de unas pifias, relativamente creíbles, son descubiertos y perseguidos, en un juego de gato y ratón un poco corto pero tremendamente efectivo. Los pobres no son unos héroes de acción, sino unos matados de la vida como podemos ser tú o yo, y por eso lo que les conviene es correr y no dejarse pillar. El correteo da sus frutos cinematográficos en forma de escenas que tienen en vilo al borde del sofá o le hacen pegar un pequeño salto. El final es, como era de esperar, el enfrentamiento con el mostrenco, pero sólo tiene lugar cuando no hay otra opción; llega incluso a sugerirse que la chica prefiere suicidarse horriblemente antes que enfrentarse a él, algo subversivo para las convenciones del género. La pelea sin palabras recuerda inevitablemente al último cuarto de "La matanza de Texas", y Tobe Hooper no se molesta en ocultar que trata de repetir lo que ya le salió (no sólo aquí, sino en una estructura general parecida); y, salvando las distancias, le vuelve a funcionar, para regocijo del personal. Algo curioso de esta infravalorada joya es su atemporalidad: podría ser de cualquier época desde los 60 hasta, si no hoy, sí hace pocos años. Su elegancia y cierta sobriedad, que no mediocre academicismo, colaboran en la posibilidad de convertir en placentera cada vez que se vuelve a ver. La única indicación de que "The funhouse" es producto de su época, los primeros 80, es el hermano pequeño de la prota, un niño que les sigue para putearlos o chivarse. Su función está clara: proporciona un momento angustiosísimo como de pesadilla recurrente cuando los padres están en la feria y su hija los ve, grita rompiéndose los pulmones, pero no le oyen por culpa de un ventilador. Eso por no decir que su rescate se presta a interpretaciones sociales, como "¿ves? los pobres y borrachos no son siempre los malos, ni siquiera en una película de terror". Quien no la haya visto no deje de dedicarle al menos una noche; y que piense en Tobe Hooper.
