domingo, 7 de febrero de 2010

El triunfo del Ansia

Hasta aquí llega la aventura de Trueque Mental. Casi cinco años desde aquel primer post sobre Código 46, en la horripilante bitacoras.com, que vino a llenarme el vacío de una calurosa y aburrida tarde después de las Hogueras de Alicante. La regularidad ha brillado por su ausencia, con laaargos periodos de muerte en vida del blog. Pero he seguido al pie del cañón; la necesidad de expresarme siempre ha podido al final con la vagancia y, también, con el no saber a veces por qué y para qué escribir. El doble espíritu original se ha mantenido: por un lado, escribir sobre películas poco conocidas, para que hubiera algo de información (personal) sobre ellas en español; por otro, aportar puntos de vista algo diferentes a los mayoritarios sobre todo tipo de cine. Por supuesto, no soy el mismo después de tanto tiempo, y en estos años he visto y leído y estudiado infinidad de cosas que me han hecho replantearme en varias ocasiones cuál es el sentido del cine, de la crítica, etc., y eso se refleja en los textos, admito que cada vez más sesudos y con menos humor (explícito, al menos). Pero puedo revisitar lo que he ido escribiendo y, aunque ahora no lo haría igual, todavía me siento identificado y me es imposible renegar de ello. Con toda humildad, estoy orgulloso de TODO lo que he escrito aquí, porque siempre he sido sincero y fiel a mi forma de entender el cine (y el mundo), y porque siento que, con todos mis muchos sesgos y fallos, he aportado algo; si no lo pensara así, no podría seguir escribiendo.

Pero esto no es una elegía. Esto no se acaba, sino que se transforma. Se muda. Hace poco menos de un año abrí otro blog, El Ansia. Allí me orientaba más bien hacia un comentario cultural con formas libres de pseudoficción y esquizofrenia general. Cada vez entiendo menos el cine como un fenómeno en sí mismo, independiente y autónomo, y más como algo que hay que poner en justa relación con el resto de la cultura; también como útil herramienta para hacer algo de filosofía contemporánea. Esto se refleja, de nuevo con humildad, sobre todo en los últimos textos de Trueque Mental, que además cada vez tienen mayor carga política, algo que ahora creo necesario en toda crítica cultural. Por todo esto, entiendo que no tiene sentido seguir escribiendo un blog (casi) sólo de cine, y por eso es absorbido por El Ansia. Hace apenas una semana comencé un tercer blog, glosolalia, centrado sobre todo en las imágenes; también queda integrado en El Ansia. Las regiones centrales del pobretón imperio borjiano se unifican. Allí habrá, quién sabe con qué regularidad, mayor variedad de entradas, incorporando no sólo creaciones propias sino también citas de libros, etc. La amalgama será caótica y hasta contradictoria, pero así es la época en la que vivimos y creo honestamente que es el mejor lenguaje para intentar entenderla, y entre la confusión confío en que se puedan ver algunas constantes/obsesiones que permitan entender algo mejor el mundo actual, y hasta animar a hacer algo por mejorarlo.

Un crítico cinematográfico no debería ser únicamente, como por desgracia es demasiado a menudo, alguien que ha visto muchas películas y leído mucho sobre ellas. Tendría que ser alguien que las ponga en relación no sólo entre sí, sino también con el mundo que las ha parido y las consume. La cultura basada exclusivamente en la referencia es una cultura muerta. Es incompleta y falsa, y en cierto sentido incluso cobarde, si pierde todo contacto con el mundo real. En todo caso, no teman los seguidores de Trueque Mental, que digo yo que haberlos haylos, porque allí seguirán apareciendo textos como los de aquí, sólo que ahora como parte de un sistema más abarcador y loco. Un sistema que es un todo del que el cine es uno de los elementos fundamentales.

En realidad es porque nunca me gustó el nombre de Trueque Mental.

miércoles, 27 de enero de 2010

EL SUBMARINO

Das Boot (1981)
Dir.: Wolfgang Petersen
Alemania Occidental

La ya clásica Das Boot habla de la frustración que puede generar la guerra en quienes participan directamente en ella. Estamos habituados a que el cine bélico sea una sucesión de batallas con intermedios de relaciones humanas y recuperación, pero la verdadera guerra sería más bien como aparece aquí: una dura rutina sólo de vez en cuando rota, si es que lo llega a ser alguna vez, en medio de un aislamiento. No hace falta estar encerrado en un submarino, el caso más extremo, porque las bases militares, los puestos de control, son sitios también limitados. Pero los interiores cerrados, la oscuridad, el silencio impuesto, la dificultad de hacer cualquier trabajo o movimiento, el estar encerrado en un trozo de metal sin poder ir a ninguna parte (y no un rato como un avión, sino durante semanas), hacen que el submarino sea cinematográficamente perfecto para transmitir la frustración. Petersen le saca todo el partido, convirtiendo a la cámara en un tripulante más. Mientras, el capitán de la nave se desespera porque nada ocurre. Y cuando pasa algo, no puede hacer nada, bien porque la máquina no da para más, bien porque las circunstancias o la prudencia lo impiden. ¿Que descubrimos que han detectado a uno de los nuestros? Imposible llegar a tiempo o avisarlos. ¿Que detectamos un convoy de cargueros? No te preocupes, que después de todos los esfuerzos por alcanzarlo no podrás atacar porque no verás nada por culpa del mal tiempo. Y todo así. El capitán se frustra y se convierte en un gatillo fácil, como le ocurre a tantos soldados, que necesitan acción y aprovechan la mínima oportunidad para tenerla, sin valorar si merece la pena disparar. El problema de esto es que la guerra se convierte así en nada más que un juego, en un deporte en el que lo importante es participar. La media sonrisa constante del capitán, ya de vuelta de todo, muestra sin posibilidad de error que así es como él percibe la guerra.

La humanización de los nazis que realiza ha traído mucha cola desde su estreno. La tripulación de alemanes aparece como un grupo que podría ser de cualquier bando. La película se cuida muy mucho de meterse en política y de identificarlos con los locos asesinos que han pasado a la historia. De hecho, ni siquiera los uniformes (y eso cuando los llevan) son distintivos, ya que no estamos acostumbrados a ver a la marina nazi en el cine y parecen pilotos normales. Tampoco vemos a nadie de la tripulación hacer el saludo nazi, sólo lo devuelven en forma de saludo militar neutral e internacional. Todo contribuye a que el espectador se olvide de que eran los malos, y a que se identifique con ellos, puede que con cierto cargo de conciencia cuando se da cuenta. Es verdad que los soldados alemanes eran personas, seres humanos normales, y es valiente mostrarlo con tanta claridad, más aún en una película alemana y aún en 1981, con pocos precedentes, al menos a esta escala comercial. Pero lo que hace Petersen es despojarlos conscientemente, en su honesto afán de humanizarlos, de todo su nazismo, de su papel en la guerra, de lo que representan y de cómo actuaban y pensaban; apenas se puede entrever en esto en un par de trágicas escenas (la del carguero en llamas, el amago de disparar al subordinado enloquecido). Sin política queda entonces como una película de aventuras. Una apasionante y por momentos brillante, pero simplemente de aventuras. Y tendría que ser algo más. Porque todo el cine bélico, y el de la II Guerra Mundial en particular, debería tener una carga política, más allá de sólo mostrar con el piloto automático puesto lo nociva que es humanitaria y moralmente la guerra. Aquellos alemanes eran personas normales que se convirtieron en monstruos, no sólo personas normales, y si se les quita la parte monstruosa se escatima la parte básica de la historia. Por si acaso, y cuidado que cuento el final, el director tiene el detalle de sacarse un happy end de la manga para tranquilizar al espectador: los nazis resulta que sí que eran nazis y son asesinados y pierden. Es un final feliz coherente, ¿no?

sábado, 23 de enero de 2010

"9" y el fin de la tecnología

9 (2009)
Dir.: Shane Acker
USA
No toda la ciencia-ficción post-apocalíptica es ciencia-ficción. 9 es más bien una terrorífica dark fantasy, y lo es por una razón principal: no hay humanos, no hay ciencia. Después de una guerra entre hombres y máquinas, que surge de un imperialismo pseudonazi -no de uno capitalista...-, los primeros se han extinguido, y el mundo, el verdadero mundo, el que no puede explicar la cultura, ha retomado el control. La única forma que tenemos de entrar es mediante unos minúsculos autómatas de trapo, resto antropoide en un ambiente casi extraterrestre, un infierno desolador y alquímico más cercano a Hellraiser II que a Wall-E. Estos híbridos de magia, ciencia y recuerdo hacen el papel de los seres humanos, pero son como mucho su eco, por lo que la inquietud se apodera del espectador porque la identificación no es plena y porque no tiene algo realmente reconocible a lo que aferrarse. Todo sucede en los restos de una ciudad europea (¿París?), lo que convierte el ambiente en algo más puro, cercano, auténtico, que si hubiera sucedido en alguna ciudad americana, más identificable con lo frío y lo técnico. El pasado europeo sugiere hoy un tiempo más remoto y un mito más profundo. En todo caso, después del tiempo de los humanos, la tecnología se ha quitado el velo y se muestra como lo que es: pura magia. Sólo queda un cyborg dinosáurico que remite al principio de todo, el círculo que vuelve a empezar es lo que hay al terminar nuestra breve presencia en la Tierra. La ley de la selva. Sin embargo, el dominio antropocéntrico fue algo demasiado poderoso, su presencia sigue planeando sobre todo, y el nuevo mundo se ve forzado a rehumanizarse, a partir de esos nueve muñequitos que representan la multiplicidad de la personalidad moderna y la fuerza avasalladora de lo humano, aunque sean sus migajas. El hombre actual está roto en varios pedazos, el individuo como una unidad es algo del pasado. Pero todavía puede imponer su estilo... y para eso hay que volver a empezar, reinterpretar todo. ¿Cómo? A partir de un nuevo origen.

9
es el relato de un nuevo mito de origen. Pero lo interesante es que las bases culturales ancestrales son tan potentes que ni siquiera el nuevo hombre múltiple puede inventar nada mejor. Incluso el humano postmoderno, de vuelta de todo, busca entenderse a sí mismo a partir de la religión. Los muñequitos despiertan a la bestia creadora, una máquina que aglutina un montón de símbolos de divinidad, que es capaz de crear nuevas formas de ¿vida?. Estas formas son una especie de máquinas lovecraftianas que bien podrían haber salido de algún ángulo, un portal interdimensional que se ha abierto por llevar la tecnología demasiado lejos, que conectara el universo que conocíamos con las profundidades del cosmos. O de uno de esos documentales-ficción que elucubran, con pretensión de no interferencia de la imaginación antropomórfica, sobre cómo serían los hipotéticos seres de Júpiter. En las dos partes de las interesantísimas Screamers, basadas en un relato de Philip K. Dick, también había una máquina capaz de crear nuevas máquinas, pero allí lo hacía en un planeta americanizado: la máquina creadora había sido montada con la ciencia y hacía criaturas de ciencia-ficción; la máquina-divinidad de 9 surge de la taumaturgia, y genera seres mágicos. Lo que en Screamers era un mundo tecnológico aún capitalista, aquí es un mundo (post)tecnológico mítico, que es inevitable que tienda a lo religioso. La progresión dramática es algo tosca y apresurada; lejos de ser molesto, esto emparenta a la historia con la pureza narrativa de otros mitos originarios, como los griegos o los bíblicos (por no hablar de lo agradable que es ver algo que no funciona con los modos y ritmos típicos del resto del cine de animación). Pero ¿es que sólo se puede recuperar al hombre a partir de la religión? Hoy por hoy, así parece. En lugar de aprovechar las nuevas tecnologías y la nueva concepción del ser humano para crear algo nuevo, se vuelve a lo mismo. La única forma de avanzar en el universo que estamos creando es llevarlo lo más lejos posible hasta que nos pasemos y volvamos al principio. ¿Es una postura demasiado conservadora y que desconfía de las posibilidades de la humanidad? ¿Desconfía de su creación, la tecnología, y cree que sólo puede ser realmente humana cuando la abandone -se abandone- y se entregue a fuerzas religiosas? Pero entonces ¿por qué se caracteriza a la divinidad como un ente de maldad íntegra, que no sólo no está ahí para ayudar sino que sólo está para destruir? ¿O está como medio para que lo humano se crezca contra ella y encuentre combatiéndola su dignidad y el sentido de su vida? Al final sólo queda un mundo desolado y muerto, sin tecnología ni religión, y una nueva familia fundadora.

viernes, 8 de enero de 2010

PARANORMAL ACTIVITY

Paranormal activity (2007)
Dir.: Oren Peli
USA
Paranormal activity
no aporta gran cosa al género. Y tampoco da mucho miedo. Es inevitable referirse a la gran Bruja de Blair, pero lo que allí era innovación, la grabación amateur y realizada por los propios actores/personajes, diez años después aquí ya es sólo un recurso más. No se puede decir que haya habido una sobredosis de películas de terror que lo hayan usado, pero ya no sorprende y si se apuesta por él hay que hacerlo hasta sus últimas consecuencias para que funcione. De este formato queda aquí la curiosidad de preguntarse acerca de los objetivos que se persiguen con el montaje (el de los montadores ficticios: ¿la policía de San Diego?) de las horas de grabación que se presume existen, a quién va dirigido esto y por qué. ¿Por qué está montado como una película de terror? ¿Acaso porque estos mismos montadores sólo pueden ver estos sucesos "reales" siguiendo esas coordenadas, como una historia de género y no como el pedazo de vida que se supone que es? Aquí, buscando más la atmósfera de inquietud que la experiencia al límite, se queda todo en un soserío del que se despierta en los puntuales momentos en los se enseña el poltergeist. Sí, se pretende que la tensión provenga más de las reacciones y el aislamiento (el único plano fuera de la casa -una casa cualquiera- es el primero) de los personajes, pero su relación no tiene mayor interés dramático, aunque se puede apreciar el intento, más o menos efectivo, de aumentar progresivamente el terror a partir de la relación entre ellos. Micah, él, es uno de los personajes más insoportables de los últimos tiempos, un tipo al que parece darle igual que su novia esté sufriendo porque está demasiado ocupado intentando registrar algo molón en su molona videocámara nueva. En este sentido, es alguien muy de su época, para quien la realidad sólo es de verdad interesante cuando queda grabada y, por tanto, se puede compartir. La televisión sigue presente, ya que la única manera de contar la historia pasada que se le ocurre al cámara es bajo un formato idéntico al de la entrevista televisiva (el encuentro entre el parapsicólogo y la mujer), que se siente una forma más natural de contarlo que cuando se recurre al clásico plano/contraplano. También es muy de su época, la del porno guerrillero de cámara y pim-pam-pum, el hecho de que lo primero (y de forma recurrente) que piense, por influencia de éste, sea en hacer cosas cochinas con ella delante de la cámara. Es viendo películas como Paranormal activity cuando uno se da cuenta de lo diferente que es el mundo, las personas, sobre todo en lo que piensan, desde la llegada de internet. Si en la bruja de Blair primaba el interés "antropológico", aquí el protagonista sólo quiere captar cosas espectaculares para, en el fondo lo sabemos, subirlas al YouTube; o grabar vídeos cerdos para soñar con la posibilidad de que salgan a la luz sin su consentimiento, o simplemente verlos creyendo ser él como sus héroes del ciberporno, los verdaderos héroes masculinos de hoy.

Micah es un ceporro de tal calaña que convence a su novia para no buscar ayuda cuando es terriblemente evidente que se enfrentan a algo sobrenatural y, además, maligno y peligroso. Pero no se lo puede tomar en serio. Se revela más adelante que no quiere que entre ningún demonólogo/exorcista en escena porque es "su casa", "su mujer" y, por tanto, es "su responsabilidad" cuidar de ella. Un machismo de fondo por desgracia muy creíble, y que ella acepta, cumpliendo el papel que le toca. Él es quien la pone en peligro extremo provocando al demonio aun cuando ella le ha suplicado que no lo haga. Y él no parecía ser un machito protector, sino que al comienzo veíamos una pareja sana, moderna y sin problemas. Pero en cuanto se pone a prueba, saca lo peor que lleva dentro (y sin excesos dramáticos, sino de forma más o menos realista y sutil), y no hay necesidad de YouTube que valga. Y ésta es la realidad íntima de muchas parejas todavía hoy, y en Paranormal activity se aprecia que estamos en un momento de tránsito, o más bien de balanceo, entre los viejos modelos machistas, que permanecen (y es probable que permanecerán) subrepticiamente aceptados por hombre y mujer, y entre los nuevos modelos igualitarios que demasiado a menudo se quedan en sólo superficiales y de boquilla. Éstas no son reflexiones gratuitas, ya que es precisamente por esto que el demonio, hasta entonces presente en perfil bajo, desencadena su furia: no habría pasado si él hubiera "permitido" que pidieran la ayuda de los nunca tomados en serio expertos (en cualquier campo); si no hubiera sido tan egoísta provocando la ira del ente aun sabiendo, o ni siquiera parándose a pensar en ello, que eso iba a empeorar todo; si no hubiera puesto su "derecho a la información", a grabar cosas extravagantes por pura emoción, por encima de todo; si él no hubiera actuado como el jefe de la manada que intenta proteger a su hembra aun actuando en contra de la razón; si la hubiera escuchado. Porque ella sabía que esto iba a acabar mal, pero no tenía fuerzas ni aun dependiendo su vida de ello para escapar de su papel de mujercita cuyo marido sabe de verdad lo que le conviene, aun sabiendo que estaba equivocado.

jueves, 7 de enero de 2010

LOS CRÍMENES DEL DR. MABUSE

Die 1000 Augen des Dr. Mabuse (1960)
Dir.: Fritz Lang
Alemania Occidental / Francia / Italia

Fritz Lang siempre fue un director muy moderno. Algunas de sus películas con más acción, como Furia o Ministry of fear, pueden incluso ser disfrutadas hoy con la misma intensidad que en su día por espectadores que no estén habituados a los ritmos del cine clásico. Los crímenes del Dr. Mabuse (el título original, Los mil ojos del Dr. Mabuse, es mucho más apropiado, como se verá) fue la última película que rodó. Todavía vivió unos cuantos años, pero todos los proyectos que intentó dirigir quedaron frustrados. Y es una pena, porque su vuelta a Alemania descubría a un Lang rejuvenecido y tan comprometido con su momento como siempre. En este caso entronca con cierta sensibilidad propia de la contemporánea nouvelle vague: viendo esta película no se puede dudar de por qué Godard era uno de sus mayores admiradores. Sus films más puramente de género, como Alphaville o, sobre todo, Made in USA, no están en el fondo demasiado alejados de éste. El último Lang es un folletín desapasionado, tomando el director distancia del relato de forma incluso más marcada que en El tigre de Eschnapur / La tumba india, con las que comparte muchas de las características que allí comenté. La autoconsciencia, propia de los nuevos tiempos, impide tratar el material inocentemente. El escenario es un hotel rebosante de cámaras y micrófonos, pero no ha sido creado por el villano de turno: fue hecho así por los nazis, los villanos reales, y éste lo aprovechó. En el segundo Mabuse se ponía en boca de los criminales consignas del partido nazi en los primeros años de su ascensión; ahora, como el verdadero Mabuse, ya han desaparecido, pero su legado continúa. El paralelismo no se puede obviar. El mensaje de Lang no puede ser más claro: mi malvado es de cómic pero sus medios son reales, y un mundo que permitió aquel desastre puede volver a permitirlo. Mabuse murió pero su leyenda resurge, como el legado de los nazis, o cualquier otro mal, podría reaparecer o aparecer. El autoproclamado heredero de Mabuse aprende las técnicas de malhechor que aquel dejó escritas en su famoso testamento, y las utiliza para intentar conseguir un objetivo último: lanzar bombas atómicas por todo el planeta, y sólo porque es posible hacerlo. Este caótico lunático es el único que parece entender el nuevo mundo de guerra fría y terror nuclear, y es en sus labios donde podemos escuchar la advertencia del peligro de lo fácil que es "pulsar el botón". Los buenos están demasiado ocupados en sus obsoletos líos de faldas y escuchando a médiums propios de otra época. Sólo el Mal, el único que está dispuesto a luchar con pasión y hasta la muerte por el poder, parece estar al día, y eso lo hace realmente peligroso.

Además de la distancia, hay otros rasgos de modernidad. El primero tiene también que ver, como el pánico nuclear, con la advertencia tecnológica, con el discurso que nos intenta decir que el mundo ya no es ni puede ser el que era, aunque no vivamos en una horrible guerra. Es el discurso de la era de la imagen. El actor que interpreta al nuevo Mabuse, quien controla todas las pantallas de vídeo en directo, es a la vez otro personaje, Cornelius, un vidente ciego, de lo que se podría concluir de alguna manera que ¡sólo ve a través de las cámaras! ¿Se podía sugerir algo más moderno en ese momento? El hotel Luxor en el que sucede gran parte de la acción está completamente monitorizado, las cámaras controlan cada movimiento y los micrófonos registran cada conversación. Ya no es un recurso epatante de novela por entregas, tampoco es ciencia-ficción y, lo que es peor, ni siquiera es presente: es algo propio del pasado, que instalaron los nazis hace veinte años. Ya entonces Lang intuía lo que iba a ser la vida moderna, una que tenía lugar constantemente delante de una cámara (y/o de una pantalla). Es probable que sólo nos esté viendo un vigilante de seguridad aburrido, pero... ¿quién sabe quién podría estar realmente observando y escuchando, y lo que puede hacer con esto? No hace falta que sea un criminal como Mabuse, sino que puede ser un gobierno elegido por el pueblo (¡como el de los nazis!) con a saber qué intenciones, o qué ignorancia de las consecuencias potenciales de esas intenciones. En todo caso, el guión no explota todavía del todo estas ideas, pero el hecho de apuntarlas y convertirlas en parte central de la trama es ya un gran mérito. La dirección sí intenta recordar la observación permanente: son frecuentes las secuencias que comienzan con un plano cercano de un personaje que se va abriendo... exactamente como nos es mostrada por primera vez una pantalla en vivo, que se nos descubre además sin saber el espectador que estaba viendo una imagen de otra cámara. En ese momento, nos damos cuenta de que ¡la mayoría de las secuencias que vemos podrían ser imágenes de esas cámaras! Los planos a menudo generales con los que está rodada casi toda la película son los propios de una cámara instalada en algún punto de la habitación y que se limita a registrar la acción, sin involucrarse; la escasa presencia de la música o de otros recursos de enfatización dramática aumenta esta sensación. El otro rasgo de modernidad es, ya, de posmodernidad: la autorreferencia muy consciente. Lang reproduce momentos que recuerdan poderosamente a otros muy similares de otras películas suyas, como La mujer del cuadro (el asalto del marido), los otros dos Mabuse o, sobre todo, Spione, de la que "roba" la atmósfera. Todas estas referencias no son gratuitas, y están encaminadas a mostrar que hay situaciones que se repiten en varias épocas y, al mismo tiempo, que pese a ser similares tienen importantes diferencias. Brian De Palma podría haber hecho sin problemas (y, más interesante aún, todavía podría) un remake de Los crímenes del Dr. Mabuse en su etapa más hitchcockiana, ya que los elementos de guión son prácticamente los mismos. Algunas de sus películas, como Vestida para matar o Hermanas, podrían verse desde esta perspectiva, revelando también las diferencias del signo de los tiempos. Algo que hizo Lang durante toda su carrera y que se muestra paradójicamente más presente que nunca en esta película que parte del eco del pasado, y que por desgracia es sólo una promesa del cine que podría haber seguido haciendo.

martes, 5 de enero de 2010

LA OLA

Die Welle (2008)
Dennis Gansel
Alemania

Un ejercicio de didactismo "político" en el cine comercial actual es algo que merece la pena aplaudir. Dennis Gansel se basa en un experimento real de 1967, aunque probablemente ya exagerado en sus escritos por su instigador original, en el que un profesor creó un movimiento de unión entre los estudiantes durante una semana. El objetivo de todo este proyecto es más que lícito: recordar de la forma más clara posible, por la vivencia directa, que, por mucho que vivamos en un mundo globalizado de islas individuales y alienación y pasotismo general, no estamos a salvo de las autocracias. No ha terminado su tiempo histórico y siempre pueden volver. Ejemplos recientes cercanos de gente con poder que se pasea públicamente haciendo lo que quiere, ejemplos que asustan más que la propia película, por ser absolutamente reales: la corrupción ostentosa (¡y asumida por los ciudadanos!) de la Comunidad Valenciana, el cinismo interesado y la mentira evidente de la mayoría de los representantes políticos españoles o, el caso más siniestro, la impunidad a todos los niveles de Berlusconi, apoyado por gran parte de los italianos. Ese cinismo y ese interés se asume y termina por tomarse a broma, olvidando que tiene repercusiones reales. La política acaba por verse como un juego estúpido que se mueve en una esfera distinta a la cotidiana, pero no lo es: por ejemplo, muere de verdad mucha gente por el inmoral partidismo que lleva a no querer aplicar como se debe la Ley de Dependencia en la Comunidad Valenciana. Pese a que el contexto alemán de La ola invita a pensar sobre todo en el nazismo, se aprecia la universalización de la posibilidad del suceso, dada la cada vez menor diferencia, en el mundo occidental, entre unas culturas y otras.

Al principio del experimento hay una secuencia con discusión política, pero más allá la película no profundiza y es más bien esquemática. Si su función es pedagógica, no se puede objetar nada a una cierta simplificación para hacer más comprensible su mensaje, para acercarlo a un público al que todo esto se la trae floja. Para esto, se recurre a arquetipos, situaciones y diálogos, por no hablar de toda la apariencia formal, en no pocas ocasiones similares a los de una serie adolescente del tipo de Física o química. Y sobre todo a un sensacionalismo chirriante que, intentando extremar el interés, resta credibilidad y termina por desviar la propuesta inicial. El final es un error dramático y, sobre todo, didáctico: puede llegar a entenderse, aunque no sea ésta la intención de la película, que la autocracia es mala simplemente porque lleva a la muerte y a la violencia. Por supuesto que éste es uno de sus mayores peligros, pero deja como secundarios la brutal pérdida de humanidad y de libertad que cada individuo sufre en este proceso, por no hablar de la paradójica paralización de los intereses colectivos (en sentido democrático) que sucede en este grupo tan unido y con un líder destacado. Para terminar, ocurre algo muy propio de nuestra época y que la película no sólo no critica sino que da como una buena resolución: el profesor parece ser culpabilizado de todo. Los alumnos, que no queda claro si han entendido bien lo que ha pasado, le lanzan miradas casi acusadoras y, lo que es peor tratándose de un "intelectual" que debería entender mejor todo esto, su detención es probable que se deba a su autoinculpación. La falta total de asunción de responsabilidades es el verdadero peligro de fondo, porque permite que todo valga sin necesidad de justificación. Si sale mal: ha sido culpa de otro. Pero las autocracias también surgen por la complicidad o, al menos, el silencio de la gente. Por eso hay que estar alerta. Los miembros de la resistencia activa de La ola son también personajes de trapo, pero cumplen su función de mostrar que hay opciones y posibilidades de lucha cuando aún se está a tiempo.

Sobre la naturaleza del movimiento de La ola, llama la atención su carencia total de ideología. Es vacuo y basado puramente en el sentimiento de unión de un grupo. Si arranca y, de hecho, atrapa a muchos estudiantes, es precisamente porque no tiene nada de política en él, es un juego inocente. Pero pronto, con una rapidez no demasiado bien contada que lleva al espectador a cierta incredulidad, va más allá del juego y se convierte en algo que dota de sentido a la existencia. Pero sigue sin ser política, es placer instantáneo en un corto periodo de tiempo; ni siquiera hay perspectivas de futuro, sólo se vive el momento y se sigue su crecimiento imparable sin que nadie que esté dentro se plantee lo que está pasando. El profesor comete otro grave error no explicando nada a los estudiantes en la última clase. Se cabrea, se resigna y los manda a todos al carajo; otra muestra de la falta de responsabilidad, de escaquearse sin más de las consecuencias, en este caso más escandaloso porque abandona su obligación pedagógica inicial por la que empezó todo sencillamente porque no ha salido como él ha querido. Después lo intenta arreglar con el mitin final, pero lo hace obligado por las circunstancias más que por su conciencia. Ahí se introduce por primera vez la política, y de forma muy explícita, y es precisamente el momento menos creíble de toda la película, porque nada lleva a pensar que todos, por muy unidos y metidos que estén en el movimiento, tengan una misma ideología coincidente con la que presenta el profesor, por muy populista que sea. El miedo como factor de presión ya ha aparecido, pero no a unos niveles que justifiquen tal aceptación uniforme de un discurso político que sale de la nada. Otro rasgo muy contemporáneo es el interesante episodio de las pintadas (y todo la parafernalia), que muestra que, además de por todos los sentimientos de comunidad, si esto triunfa es por la necesidad de una estética que identifique al individuo; aunque sea a partir del grupo, es cada persona quien lleva el logotipo como estandarte de sí mismo. Como en el nazismo, la estética pura es el primer y más convincente argumento.

La intención de La ola es más que buena, y hasta loable. Sin embargo, queda presa de su época y de su comercialismo. El violento final hace la tesis más impactante, pero a cambio la desvía más de lo que la importancia del tema merece. Se puede incluso interpretar que todo esto es peligroso porque hay débiles y perturbados que pueden llevarlo demasiado lejos, cuando en realidad el peligro es que cualquiera puede caer y, aunque esto está presente, es en lo que debería haberse incidido prioritariamente. Cumple su función de decir al público que es necesario no ya como ciudadano (hay que recordar que la política es casi inexistente) sino como persona estar alerta ante estas situaciones, que no tiene que creer y aceptar que forman parte de una historia que no volverá porque vivimos en un mundo civilizado, y que el individualismo contemporáneo no es una vacuna a los movimientos de masas. En este tema se puede hacer la mayor crítica política a La ola: es demasiado fácil entender que toda unión social es peligrosa porque puede derivar en autocracia. No hay ningún mensaje, y si lo hay queda diluido, que muestre los indudables puntos a favor de la unión social. Lo mismo sucede con la disciplina, que es condenada como un camino más que probable a la dictadura y al sometimiento; apenas una leve referencia de la chica opositora, de la facción que lucha contra los modos de La Ola, cuando dice a sus padres que deberían haber sido algo menos permisivos con su hermano pequeño, un gamberro maleducado. En todo caso, es una película digna de ser proyectada en las escuelas; siempre que vaya acompañada de un debate que sin duda fomenta, y sobre todo del comentario crítico de profesores que no rehúyan sus responsabilidades.