miércoles, 27 de enero de 2010

EL SUBMARINO

Das Boot (1981)
Dir.: Wolfgang Petersen
Alemania Occidental

La ya clásica Das Boot habla de la frustración que puede generar la guerra en quienes participan directamente en ella. Estamos habituados a que el cine bélico sea una sucesión de batallas con intermedios de relaciones humanas y recuperación, pero la verdadera guerra sería más bien como aparece aquí: una dura rutina sólo de vez en cuando rota, si es que lo llega a ser alguna vez, en medio de un aislamiento. No hace falta estar encerrado en un submarino, el caso más extremo, porque las bases militares, los puestos de control, son sitios también limitados. Pero los interiores cerrados, la oscuridad, el silencio impuesto, la dificultad de hacer cualquier trabajo o movimiento, el estar encerrado en un trozo de metal sin poder ir a ninguna parte (y no un rato como un avión, sino durante semanas), hacen que el submarino sea cinematográficamente perfecto para transmitir la frustración. Petersen le saca todo el partido, convirtiendo a la cámara en un tripulante más. Mientras, el capitán de la nave se desespera porque nada ocurre. Y cuando pasa algo, no puede hacer nada, bien porque la máquina no da para más, bien porque las circunstancias o la prudencia lo impiden. ¿Que descubrimos que han detectado a uno de los nuestros? Imposible llegar a tiempo o avisarlos. ¿Que detectamos un convoy de cargueros? No te preocupes, que después de todos los esfuerzos por alcanzarlo no podrás atacar porque no verás nada por culpa del mal tiempo. Y todo así. El capitán se frustra y se convierte en un gatillo fácil, como le ocurre a tantos soldados, que necesitan acción y aprovechan la mínima oportunidad para tenerla, sin valorar si merece la pena disparar. El problema de esto es que la guerra se convierte así en nada más que un juego, en un deporte en el que lo importante es participar. La media sonrisa constante del capitán, ya de vuelta de todo, muestra sin posibilidad de error que así es como él percibe la guerra.

La humanización de los nazis que realiza ha traído mucha cola desde su estreno. La tripulación de alemanes aparece como un grupo que podría ser de cualquier bando. La película se cuida muy mucho de meterse en política y de identificarlos con los locos asesinos que han pasado a la historia. De hecho, ni siquiera los uniformes (y eso cuando los llevan) son distintivos, ya que no estamos acostumbrados a ver a la marina nazi en el cine y parecen pilotos normales. Tampoco vemos a nadie de la tripulación hacer el saludo nazi, sólo lo devuelven en forma de saludo militar neutral e internacional. Todo contribuye a que el espectador se olvide de que eran los malos, y a que se identifique con ellos, puede que con cierto cargo de conciencia cuando se da cuenta. Es verdad que los soldados alemanes eran personas, seres humanos normales, y es valiente mostrarlo con tanta claridad, más aún en una película alemana y aún en 1981, con pocos precedentes, al menos a esta escala comercial. Pero lo que hace Petersen es despojarlos conscientemente, en su honesto afán de humanizarlos, de todo su nazismo, de su papel en la guerra, de lo que representan y de cómo actuaban y pensaban; apenas se puede entrever en esto en un par de trágicas escenas (la del carguero en llamas, el amago de disparar al subordinado enloquecido). Sin política queda entonces como una película de aventuras. Una apasionante y por momentos brillante, pero simplemente de aventuras. Y tendría que ser algo más. Porque todo el cine bélico, y el de la II Guerra Mundial en particular, debería tener una carga política, más allá de sólo mostrar con el piloto automático puesto lo nociva que es humanitaria y moralmente la guerra. Aquellos alemanes eran personas normales que se convirtieron en monstruos, no sólo personas normales, y si se les quita la parte monstruosa se escatima la parte básica de la historia. Por si acaso, y cuidado que cuento el final, el director tiene el detalle de sacarse un happy end de la manga para tranquilizar al espectador: los nazis resulta que sí que eran nazis y son asesinados y pierden. Es un final feliz coherente, ¿no?